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  Arte en el Campo de Concentración
 

Conferencia 29 de Octubre de 2011
Colegio Jesús Sacramentado
Bolívar - Pcia. De Buenos Aires
REPÚBLICA ARGENTINA

ARTE EN EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN desde la visión de una artista plástica, sobre los textos de la obra de Viktor Frankl
"El Hombre en Busca de Sentido - Un psicólogo en un Campo de Concentración"

 Viktor Frankl no sólo es un nombre, sino el conjunto fascinante de una experiencia que nos atrapa.

Y es justamente a partir de la experiencia de Frankl, condensada magníficamente en su obra “El Hombre en Busca de Sentido” que hoy quiero analizar y reflexionar con ustedes, desde la visión, mi visión de artista plástica.

Una de las características de la humanidad es la de poseer en cada época, un paradigma de visión. La de Frankl fue la percepción y la intuición, que lo ordena mediante una valoración moral del hombre libre y dispuesto a cambiar y construir, propio de su generación, de la Viena culturalmente esplendorosa pero socialmente vulnerable de principios del siglo XX. Decía, este ordenamiento y valoración moral lo hace Frankl a partir de una dimensión noética (o sea del espíritu) fundamento de su línea de pensamiento sobre la esencia de la existencia humana, y que resume en tres palabras claves: Libertad, responsabilidad y espiritualidad. 

Sin embargo, no estoy hoy aquí para hablarles de las raíces del pensamiento frankliano, ni de su extraordinario trabajo científico en el campo del psicoanálisis. Estoy aquí para contarles de que manera llegué al autor y a su obra y como desarrollé mi trabajo de interpretación a través de la pintura. Pensemos en como cada uno de nosotros nos acercamos a un tal o cual autor de nuestro interés, generalmente al hacerlo privilegiamos solo aquello que nos interesa, del amplio espectro de posibilidades que ofrece el personaje en cuestión. Por ejemplo, si me acerco a Leonardo Da Vinci, privilegiaré, sin lugar a dudas, su faceta de pintor a la de inventor.

Mi acercamiento a la obra de Frankl no se produjo por un camino intelectual, sino fortuito. Una tarde, caminando por la Av. San Martín me encontré con Juan Emilio, y sin grandes estridencias me preguntó si le podía pintar un cuadro, pero con una condición, tenía que ser inspirado en la obra que hoy nos ocupa, que por cierto, jamás había leído. Sin achicarme acepté el desafío. Pocas horas después me deslizó un ejemplar por debajo de la puerta.

No voy a decir que este hecho cambió mi vida, pero sí, una vez que terminé su lectura, me generó una nueva motivación para poner en marcha mis pinceles; si quisiera graficar esta sensación, diría que se encendió una LUZ muy brillante en algún punto de mi concepción plástica, experimente una resignificación del concepto estético de la pintura al descubrir que podía convertir en imágenes lo que para Frankl es la “experiencia cimera de la vida”: EL AMOR. 

Vuelvo entonces a la LUZ, desde la primera a la última línea de la obra percibí una LUZ, una luz que por momentos es brillante, en otros se atenúa, y cuando llegamos a ciertos pasajes del relato, convencidos que se va a apagar, vuelve entonces a cobrar fuerzas y así nos mantiene hasta el final: Es una luz que si bien deja al descubierto las atrocidades del relato, es a la vez una luz esperanzadora y profunda, porque emana precisamente de las profundidades más recónditas, ya no de Frankl, sino del prisionero que porta un número, como toda identidad, tatuado en su brazo. Esa LUZ es precisamente la visión interior del sentido de la vida. 

Para un artista plástico existen tres componentes básicos para generar una obra pictórica: la perspectiva, el color y la luz. La perspectiva se traduce como un esquema geométrico capaz de descubrir las posiciones tridimensionales de un objeto en el espacio. Es una pura cuestión técnica. El color es una creación subjetiva, no está en las cosas ni en los agentes intermediarios, y como tal la sinfonía cromática de una obra de arte es el resultado de la intuición del artista. Y la luz, podemos subdividirla en: la LUZ que MODELA y la LUZ que EXPRESA. La que modela sirve para mostrar o esconder y la que expresa sirve para transmitir sensaciones, para hacer  hablar la imagen.

Estos conceptos, de COLOR y LUZ, aplicados a mi interpretación sobre la obra de Frankl los podría resumir de la siguiente manera: el color es una presencia intimista porque marca su constante trabajo interior, por eso sus descripciones van del blanco al negro, con suaves intermitencias de grises, esos grises difuminados, sin aristas, como la técnica del “sfumato” de Leonardo Da Vinci: la técnica de difuminar los contornos para rebelar el espesor transparente del aire, que da como resultado el azul que percibimos cuando miramos hacia el cielo. Y luego la LUZ, siempre presente, la luz que expresa, transmisora de todas sus sensaciones y la luz que modela, el recurso del que se sirva para dejar al descubierto la miseria humana a la que se han visto reducidos los prisioneros. Ese ir y venir de la luz a la oscuridad me inspiró a una colección donde el blanco es el protagonista, con suaves toques de sepia, que sustituye al gris del relato, y algún atisbo de color para indicar al espectador donde reside la fortaleza del mensaje. 

La obra de Frankl está dividida en tres fases: 

1ª Fase: La llegada al campo de concentración”

Aquí aparece el gris en todo su esplendor, valga la paradoja. La claridad grisácea del amanecer, el gris del cielo de Polonia, los prisioneros vestidos de gris, el humo gris que brota de las chimeneas de los hornos crematorios.

Dice Frankl “poco a poco la claridad de la mañana permitía distinguir los contornos de un inmenso campo: kilómetros de cerca con varias hileras de alambre de espino; las torres de vigilancia, los potentes focos; y las interminables filas de andrajosas y harapientas figuras humanas, grises, bajo la luz gris del crepúsculo”

En otro pasaje del libro, cuando habla del “juego del dedo”, el primer veredicto sobre la aniquilación o la supervivencia (los de la derecha sobreviven y los de la izquierda van al horno) dice Frankl, respecto al paradero de su amigo “¿Dónde? su mano señaló una chimenea… que escupía una llamarada de fuego al cielo gris de Polonia, esa llamarada se disolvía en una siniestra nube de humo “Allí flota tu amigo elevándose hacia el cielo”

No obstante, en medio del gris surge nuevamente la LUZ, un gran destello. La luz como realidad y metáfora de la vida: la aceptación del prisionero Frankl de su realidad. Habla de la desinfección que sufrieron a su llegada, donde fueron despojados las pocas cosas que aún conservaban, a Frankl le supuso la pérdida de un manuscrito científico en el cual estaba trabajando y lo relata así Lentamente una sonrisa se dibujó en sus rostro (del guardia), al principio de compasión, a continuación se mostró divertido, burlón, insultante, hasta que rugió una palabra ¡Mierda! Esa respuesta irradió una potente luz; una luz capaz de iluminar en un instante la cruda realidad de la existencia en un campo de concentración, y me impulsó a consumar el esfuerzo supremo de la primera fase de mi reacción psicológica: borrar de la conciencia toda mi vida anterior” 

2ª Fase

Ya conciente de su realidad y de su nueva vida, Frankl se aferra a ese vínculo para soportar las duras condiciones. Y aquí es donde encuentro otro recurso pictórico que me permitió interpretar: el claroscuro (técnica que utiliza tonos, matices, sombras y luces para crear la ilusión tridimensional) que se podría resumir en dos palabras: LUZ-OSCURIDAD. La existencia del prisionero en el campo se medía justamente a través de dos ciclos DIA-NOCHE, LUZ-OSCURIDAD, ciclos infrahumanos que atenuaba mediante sus estados internos de contemplación y de contacto con su ser. Y lo describe así “A medida que la vida interior del prisionero se hacía más honda, apreciábamos la belleza del arte y de la naturaleza, quizá por primera vez o con una emoción desconocida. Bajo la viveza de esas vivencias estéticas conseguíamos incluso olvidarnos de las terribles circunstancias de nuestro entorno” 

Sin embargo hay otro pasaje, donde el juego del claroscuro es aún más evidente y la luz más plena, y que en lo personal representó el viaje fascinante hacia el mundo de los sentidos de Frankl. Y que además, este pasaje define de manera contundente mi colección y le da el título. Dice:

“En otra ocasión estábamos cavando una zanja. El amanecer sembraba una luz grisácea. Gris el cielo, gris la nieve, bañada por la luz del alba; grises los harapos que malamente cubrían los cuerpos de los prisioneros y también grises sus rostros. Mientras trabajaba, mi imaginación se escapó otra vez a conversar quedadamente con mi esposa…En una última y violenta protesta contra lo inexorable de una muerte inminente, sentí como si mi espíritu rasgara mi tristeza interior y se elevara por encima de aquel mundo desesperado, insensato, y por algún lugar escuché un victorioso “sí” en respuesta a mi pregunta sobre si la vida escondía en último término algún sentido. En aquel mismo momento encendieron una luz en una granja lejana, una luz que se recortaba sobre el horizonte como una pincelada de color frente al gris miserable de aquel amanecer en Baviera. “Et Lux in Tenebris Lucet” Y la luz brilla en medio de la oscuridad.

Si bien para mí fue realmente el comienzo de mi viaje iniciático, para el prisionero Frankl fue la conclusión de su afanosa búsqueda del sentido a esa terrible realidad que le estaba tocando vivir. 

3ª Fase



Y en esta suerte de tríptico que fui elaborando en simbiosis con los textos de Viktor Frankl, llego a la tercera y última fase: el después de la liberación. Y aquí mi pincel no solo descubre, sino imprime con fuerza trazos de color. No me atrevo a abandonar definitivamente el blanco, sin embargo vislumbro una base cromática más viva y sobre todo una luz plena, que todo lo ilumina.

“Llegamos a unos prados cubiertos de flores. Percibíamos su presencia, notábamos su presencia, pero no conseguían despertar en nosotros la menor emoción. El primer destello de alegría se produjo cuando divisamos un gallo con su cola de plumas multicolores. No fue más allá de un leve destello: todavía no pertenecíamos a ese mundo.

 

 

 

 
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