ET LUX IN TENEBRIS LUCET

Por Patricia Tobaldo
Ensayo sobre el AMOR y la MUERTE desde la visión de una artista plástica sobre los textos de la obra de Víctor Frankl “EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO – Un Psicólogo en un Campo de Concentración”
Algunas personas logran una serena aceptación de la muerte, a otras la crueldad de la naturaleza y la dureza de la existencia se les transfigura en una intensa y misteriosa belleza, que el Dr. Víctor Frankl bien ilustra inmerso en la terrible experiencia de Auschwitz, así:
“…a medida que la vida interior de los prisioneros se hacía más intensa, sentíamos también la belleza del arte y la naturaleza como nunca entonces […] si alguien hubiera visto nuestros rostros cuando, en viaje desde Auschwitz a un campo de Baviera, contemplando las montañas de Salzburgo […] nunca hubieran creído que se trataba de los rostros de hombres sin esperanza de vivir ni de ser libres. A pesar de este hecho _ o tal vez en razón del mismo_ nos sentíamos transportados por la belleza de la naturaleza
No obstante el profundo humanismo de Frankl, fundamentado en la mejor tradición de una filosofía critica y de orden ontológico, “La bondad humana se encuentra en todos los grupos, incluso en aquellos que merecen ser condenados”, la inminencia del peligro y la dureza de sus condiciones de vida en los campos de concentración le exigían un perpetuo estado de alerta que le dejaba poco espacio a la ensoñación: el sufrimiento sin remedio, el destino sin posibilidad de modificarlo. Sin embargo de su texto emana sutilmente una suerte de afirmación axiológica que da origen a actos y actitudes creativas que trascienden esas situaciones de extremo dolor y vacío existencial, transformando así la resignación en una renovada fuerza de vida y dejando entrever una profunda sensación de libertad “…y es precisamente esa libertad interior la que nadie puede arrebatar, la que confiere a la existencia una intención y un sentido”
Frankl elige aceptando lo que percibe como una exigencia que él no ha buscado. No está convencido de que pueda sobrevivir. Su conducta responde al problema que se plantea y opta por cumplir esa tareas “…la última de las libertades humanas _la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino _ para decidir su propio camino”
Víctor Frankl no parece elaborar el concepto de la muerte como lo hicieran los griegos, para quienes la misma “representaba una idea”, ni tampoco como el hombre moderno que la entiende como “una realidad ineluctable”, sin embargo se aproxima a la interpretación que de ella hace la pintura “una presencia estética” “En una última y violenta protesta contra lo inexorable de una muerte inminente, sentí como si mi espíritu rasgara mi tristeza interior y se elevara por encima de aquel mundo desesperado, insensato, y por algún lugar escuché un victorioso “sí” en respuesta a mi pregunta sobre si la vida escondía en último término algún sentido”
¿Temor o desprecio? ¿Repulsión o atracción? ¿Pesar por lo que desaparece o curiosidad por lo que vendrá? La pintura, mediante recursos gráficos y cromáticos propios del arte, aporta una existencia gráfica al misterio de la muerte que hace visible lo invisible. El artista plástico se enfrenta también a una serie de cuestionamientos que ponen en relieve la complejidad del arte: ¿Cómo corporizar la figura de la muerte? ¿Cómo dar forma a las creencias y prejuicios que la muerte plantea? ¿Cómo materializar la meditación sobre la muerte a través de la composición, los materiales, la luz y el color?
Las primeras representaciones de la muerte en la historia del arte tenían como objetivo una “función conmemorativa”, llamado “arte fúnebre”. Por ejemplo las pinturas religiosas de los siglos XV y XVI, que mostraban al Cristo muerto para describir el cuerpo que ha padecido los sufrimientos, miserias y enfermedades a los que el hombre fue condenado: “El Triunfo de la Muerte” de Breughel, el carro de esqueletos no es una febril invención del artista flamenco, sino una observación realista “Cuando los carruajes fúnebres aparecían en una ciudad precedidos del tañer de las campanas, era la señal de que la epidemia había cruzado la ciudad”
“…Cuando no eran reclamados mis servicios, aprovechaba para sentarme en cuclillas sobre el pozo y contemplar el florecer de las verdes laderas y las lejanas colinas azuladas del paisaje bávaro, enmarcado por las mallas de alambrada de espino […] Los cadáveres tendidos a mi alrededor, hormigueantes de piojos, no me perturbaban lo más mínimo…”
Paradójicamente, y recordando las obras del pintor Durero en las cuales el tratamiento macabro que imprimía a sus pinturas expresaban un punto de vista humano, detengámonos un momento en la descripción que hace Frankl “…lejanas colinas azuladas del paisaje bávaro…” donde exalta el color de las colinas enmarcado por los cercos de alambre púa, confiriendo a la visión una suerte de himno a la belleza de la vida y rebelando al mismo tiempo otro nexo de unión entre la vida y la muerte. Sin duda esta aproximación de “Eros” y “Thanatos” representa el sentimiento permanente del escritor durante toda su experiencia en los campos de concentración. Nexo este que a lo largo de la historia del arte fue fecundo en interpretaciones de todo tipo, encontrando sus orígenes en el antiguo mito de la “Boda de Hades y Perséfone” “el amante ideal que provoca la unión del amor y la muerte, el gozo y la muerte y al mismo tiempo el triunfo sobre la muerte”
“Estuve muchas horas despedazando la tierra helada. El guardia pasaba junto a mí y me insultaba, pero continuaba charlando con mi amada. La presentía a mi lado, cada vez con más intensidad. Sentía que casi podía tocarla, que si extendía mi mano cogería la suya. Fue una sensación terriblemente viva: ella estaba “allí” realmente”
En el siglo XVIII, la conexión entre “Eros” y “Thanatos” comienza a dulcificarse sin perder su misterio; el amor se mezcla con la muerte para expresar el lamento infinito de la pérdida de un ser querido. La “pintura conmemorativa” se convierte entonces en elegíaca: la muerte representada como un cálido abandono “Los cantos más desesperados son los más bellos”.
El Greco expresa perfectamente ese sentimiento: imágenes fantasmagóricas y sombrías sobre un paisaje colorido y exótico. El claroscuro de sus telas acentúa la sensación de desconexión entre la vida y la muerte.
Víctor Frankl ahonda en los misterios más profundos del sentimiento humano en una situación límite: “Eros” y “Thanatos” o el “Amor” y la “muerte”, las emociones básicas y fundamentales que rondan constantemente la inspiración de un artista plástico.
El relato del autor del “Hombre en Busca de Sentido” trasunta lo que para el pintor representa el conocimiento de las formas netas, de la composición ordenada y de las luces y las sombras. El artista plantea otra realidad en la narrativa de todos los días. Frankl revela en lugares comunes el misterio del destino humano, resaltando al unísono el tiempo y la eternidad.
El nexo de unión del relato de Frankl en simbiosis con la pintura oscila entre lo diurno y lo nocturno, la quimera y la realidad, la tensión y el abandono, el éxtasis y la muerte.
“Los aún sobrevivientes teníamos razones para sostener la esperanza: la salud, la familia, la felicidad, las capacidades profesionales, la fortuna material…Todas esas cosas todavía se podían recuperar o adquirir. Incluso nuestras vivencias en el campo quizá supusiesen una ganancia para el futuro…Y cité a Nietzsche [Todo lo que no acaba conmigo me hace más fuerte]”